¿Cómo definir el silencio en su significado más sencillo, es decir, el silencio de la vida diaria? Según el diccionario, el silencio es «la actitud del que se abstiene de hablar». Designa «la falta del ruido, de agitación, el estado de un lugar en el que no se percibe ningún sonido». ¿El silencio solo puede definirse mediante la negación? La ausencia de palabras, de ruido, de sonidos ¿es siempre silencio? Y, por otra parte, ¿no resulta paradójico intentar «hablar» del silencio en la vida diaria?

1. El silencio no es una ausencia; al contrario: se trata de la manifestación de una presencia más intensa que existe. El descrédito que la sociedad moderna atribuye al silencio es el síntoma de una enfermedad grave e inquietante. En esta vida lo verdaderamente importante ocurre en silencio. La sangre corre por nuestras venas sin hacer ruido, y solo en el silencio somos capaces de escuchar los latidos del corazón.

2. El 4 de julio de 2010, en una homilía dedicada al octavo centenario del nacimiento del papa Celestino V, Benedicto XVI insistía con gravedad en el hecho de que «vivimos en una sociedad en la que cada espacio, cada momento, parece que deba llenarse de iniciativas, de actividades, de ruidos; con frecuencia ni siquiera hay tiempo para escuchar y para dialogar. No tengamos miedo de hacer silencio fuera y dentro de nosotros si queremos ser capaces no solo de percibir la voz de Dios, sino también la voz de quien está a nuestro lado, la voz de los demás». Tanto Benedicto XVI como Juan Pablo II han dotado al silencio de una dimensión positiva. En realidad, aunque se asocia a la soledad y el desierto, el silencio no significa en absoluto el repliegue en uno mismo, ni un vacío o un mutismo, al igual que la verdadera palabra no es mera cháchara: es una condición para hacerse presente a Dios, al prójimo y uno mismo.

3. Para captar el carácter tan sumamente valioso del silencio en la vida diaria, resulta muy elocuente el episodio de la visita de Jesús y María recogido por san Lucas: «Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas». Jesús no le reprocha a Marta su ajetreo en la cocina —había que comer—, sino su actitud interior de disipación reflejada en el enfado con su hermana. No obstante, da la impresión de que, en realidad, Jesús está trazando los contornos de una pedagogía espiritual: tenemos que procurar siempre ser María antes de convertirnos en Marta; por consiguiente, que María haya escogido la mejor parte, enseña la importancia de moderar y callar el alma, para permanecer a la escucha del corazón de Cristo.

Entrevista al Cardenal R. Sarah, La fuerza del silencio, Ediciones Palabra.